Los dos payasos habían entrado al bar. Llevaban la cara pintada, la ropa colorida y zapatos largos de cuero. Pidieron tragos que bebieron rápidamente. El mesonero los miró sorprendido y les sirvió nuevamente cuando pidieron. Dos tragos más seguidos y como si fuera parte de una función, largaron el llanto. No lo hicieron con escándalo, solo comenzaron a llorar con la cabeza baja y las gruesas lágrimas bajaron por las mejillas.

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El rostro maquillado se convirtió en la más fea de las máscaras. Las lágrimas chorrearon la pintura hasta convertirla en una masa deforme. El mesonero miraba la triste estampa de los payasos y no podía creerlo: ¿acaso los payasos no tenían que divertir a la gente? Pero allí estaban aquellos dos, llorando como si un profundo sufrimiento los hubiese herido y tuvieran el corazón roto.

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Cuando ya llevaban varios tragos, el mesonero se acercó a los payasos y les preguntó amistosamente:

_¿No se supone que ustedes deben ser alegres? -los payasos voltearon a verlo y sonrieron.

_Sí, ese es nuestro trabajo y para eso nos pagan. Ahorita no estamos trabajando. Ahorita somos igual al resto de la gente -expresaron con melancolía.

_Sí, pero seguro vienen de una fiesta y la alegría deben tenerla todavía en el cuerpo -quiso saber el mesonero.

_Venimos de un hospital de niños enfermos. Hicimos nuestro trabajo: les quitamos la tristeza. Solo que ahora la tenemos nosotros.

HASTA UNA PRÓXIMA HISTORIA, AMIGOS