No la convencieron. Tenían dos meses de haber contraído matrimonio cuando su efusivo marido contrató al que, de acuerdo con sus palabras, era el mejor arquitecto español de aquellos tiempos: Don Diego de Villanueva. En un primer momento, ella se dejó llevar por el entusiasmo visionario de Manuel Antonio, ese empedernido soñador que era su esposo, quien la persuadió de que aquellas tierras que había heredado de sus padres no estaban siendo aprovechadas como es debido con esos pequeños sembradíos que existían alrededor del hermoso río que atravesaba toda la campiña.
Allí, decía con una pasión desaforada, debiera existir un embarcadero para que las personas vengan a pasear y a disfrutar de los jardines colgantes que adornarán una gran parte del margen de la corriente; habrá también fastuosas edificaciones, cafés, restaurantes y cualquier otro tipo de tienda, porque así serán las cosas en el futuro, según algunos prestigiosos pensadores, todo concentrado en un solo lugar. Ya verás, Genoveva, que seremos en Venezuela y en toda la América unos pioneros de la modernidad.
Sin embargo, cuando el arquitecto Villanueva llegó a su casa desde la madre patria y dos días después, con el paisaje frente a ellos, les mostró los bosquejos de lo que proyectaba realizar en sus tierras, se sintió consternada solo con imaginar aquellos drásticos cambios que convertirían a ese paisaje casi virgen en un prosaico mercado lleno de gente que no sentía la más mínima consideración por aquella vehemente vegetación ni por las prístinas aguas azules de su paraíso particular... No lo pensó mucho para decir que no. Manuel Antonio, estupefacto, le recordó las bondades de aquellos planes y el esplendoroso porvenir que los esperaba cuando aquella magna obra futurista estuviese terminada, pero Genoveva le aseguró que no cambiaría su decisión.
Tres días más tarde, viendo que Don Diego Villanueva continuaba todavía en su casa y los paseos, así como las susurrantes conversaciones con Manuel Antonio, se prolongaban demasiado, les volvió a recalcar que no estaba dispuesta a aprobar ninguna construcción en su propiedad. No quieres mirar hacia el futuro, Genoveva, le dijo su marido; la entiendo muy bien, señora, fue la respuesta apagada del arquitecto, sin voltearse siquiera a mirarla... A la mañana siguiente, encontró una nota de su esposo sobre la mesa del comedor: "Me fui con Diego para Madrid. Nos enamoramos y eso no lo podrás entender tampoco porque desborda tu constreñida visión de la vida".
Invito a la amiga @alanasteemit para que participe en esta edición de Arte y escritura.