Si la compasión fuese un sentimiento predominante entre los seres humanos jamás hubiesen ocurrido tantas guerras ni existieran tantos menesterosos en casi todos los lugares de este planeta. En efecto, los enfrentamientos entre nosotros mismos, las luchas fratricidas entre individuos que se dicen racionales, han existido desde los albores de la humanidad, sin embargo, ni siquiera después de haber aprendido a valorarnos como hermanos, ni siquiera después de haber entendido que ninguna persona en este mundo merece esos sufrimientos que sobrepasan los valores de su dignidad, nuestra especie ha querido evitar los conflictos bélicos.
Hay que tener compasión para entender que ninguna razón, ninguna causa por más justa que la creamos, justifica esa aberración de asesinarnos los unos a los otros. Además, se debe tomar en consideración las nefastas consecuencias que suscitan esas luchas en los estamentos socio-económicos de las naciones participantes en el conflicto, donde los que llevan la peor parte son las personas más vulnerables, como los ancianos y los niños. Si los que propician tales acciones se detuvieran un momento a reflexionar o identificarse con los padecimientos tanto físicos como psicológicos de aquellos que nada tienen que ver con esa realidad que los acorrala, no se aprestaran tan inconscientemente a la insaturación de la violencia.
Existen personas, por otra parte, si nos situamos ahora dentro de un ámbito más cotidiano, que ignoran o se hacen simplemente las desentendidas ante las penurias ajenas, ante aquellos desesperados que deambulan por las calles solicitando cualquier ayuda del prójimo. Algunos alegan, cuando se refieren a esos temas, que no cuentan con la capacidad financiera para solucionar problemas tan graves o que estas son calamidades que les corresponden asumir a los organismos gubernamentales. Y puede que tengan razón, pero lo que en verdad preocupa es su falta de empatía, la actitud impasible que exhiben con respecto al sufrimientos de esos seres humanos que se sienten desahuciados ante la incertidumbre de su destino.
Los que llevan en el alma el sagrado valor de la compasión siempre se detendrán a prestarles cualquier ayuda a quienes agobian los padecimientos, sin detenerse a pensar si con su mínima o inmensa acción erradicarán por completo las penurias del necesitado; solo les mueve el deseo de proporcionarles algún alivio en un determinado momento; solo les anima la virtud que nace de un corazón dispuesto a realizar lo que se encuentre a su alcance para beneficiar a sus semejantes.
Invito a los amigos:
@marito74,
@razali123 y
@genomil